Semillas Que Florecen
mAYO, 2023 - Tiempo aprox. de lectura: 5 minutos
En este transitar a pie, de pasos firmes y verdaderos, han habido encrucijadas. Donde a veces ha tocado detenerse para decidir cuál será el camino a tomar.
Cada una de esas decisiones han dejado huella, y es lo que hasta ahora han conformado mi mapa vital.
Definitivamente convertirme en madre ha sido la huella más significativa en este viaje.
Desde hace 8 años, en el embarazo de Julián, mi primer hijo nacido, empecé a cuestionarme quién quería ser para él, para mi familia y para el mundo.
Empecé a cuestionarme la educación tradicional. Gracias a la maternidad descubro la pedagogía Waldorf y empiezo a formarme como Maestra Waldorf en Jardín de Infancia.
Después, con el nacimiento de Micaela, mi segunda hija nacida en 2017, empiezo a honrar mi linaje femenino, empiezo a comprender la herencia vientre a vientre y me adentro en las aguas profundas de la Crianza Cíclica, un tipo de crianza apegado a los ciclos de la naturaleza: el día, la noche, las estaciones, los ciclos lunares, la vida, la muerte…
Así es como la maternidad se ha ido entretejiendo con mi vida profesional.
A raíz de la llegada de Micaela, sale a la luz My Balanced Kid, mi emprendimiento más sólido, que he logrado mantener por todos estos años.
Se trata de un programa dedicado a la primera infancia (0 a 7 años de edad), a través del cual he tenido la oportunidad de servir a muchas familias entre Estados Unidos y México; y sembrar en ellas semillas de auto-conocimiento ofreciéndoles actividades de conexión con la naturaleza y los 4 elementos: agua, aire, tierra y fuego.
Convertirme en madre me ha hecho danzar con mi propia sombra. Entender que mis hijos son mi espejo, que si mamá no está bien, ellos no están bien.
Que aunque ya no amamanten de mi pecho, todavía se nutren de mí, de mi cuerpo etérico; y que beben de mi agua, y de mis emociones. Por eso me tomo con mucha responsabilidad la maternidad.
Y no voy a mentir, no todo ha sido disfrute; estos años han sido agridulces. Llegó un momento en que me perdí como mujer, en que todas esas heridas no sanadas empezaron a revelarse, a manifestarse en enfermedades.
Así que decidí parar, reconocí que no estaba bien, me sinceré conmigo, y escogí un nuevo rumbo.
Decidí separarme. Me aventé a un abismo. Intenté seguir buscando amor afuera. Sentí un gran anhelo por ser madre de nuevo. A pesar de todo lo turbio. Logré gestar vida en mi vientre. Él sin querer. Yo sin querer queriendo. Pero no me estaba amando a mí. Así que abracé la oscuridad. La soledad. Y decidí tener a mi bebé. A pesar de todo.
En el proceso, fue de vital importancia regalarme una flor cada día.
Reconocerme en cada una de esas flores: frágil, perfecta, abierta.
Recordándome lo hermoso que es estar viva.
Hoy celebro la fuerza que tuve para dar los pasos gigantes que di este último año.
Hay decisiones que son parte aguas, que tienen un antes y un después.
Tener a mi bebé, darle una hermanita de otro padre a Julián y a Micaela, sin duda, es una de ellas.
Quizás de las decisiones más trascendentales que he tomado en mi vida y que marcaran el resto de nuestros días.
Escribo estas líneas, a pocas semanas de que se sume una nueva integrante viajera a este transitar. Mientras mis brazos te esperan Nikté-Ha para arrullarte y acogerte, nos invade la emoción porque empecemos esta nueva aventura juntos, tus hermanos Julián, Micaela y yo. Te mostraremos el mundo de afuera. Mientras tú nos recuerdes el más puro amor, el milagro de la creación.
Y entonces, todo habrá valido la pena.
En mi corazón no hay reproche. No hay arrepentimiento. Mis hijos no sólo han sido compañeros de camino, reconozco que son mi mayor motivación, mis hijos me llenan de fuerza, son mi motor para seguir. La fuerza por la que me levanto cada día.
Y aún no siendo la mamá perfecta, con todos los errores, tengo la certeza de que he dejado en ellos huellas; semillas que a penas empiezan a florecer, y darán sus frutos cuando sean adultos.