Semilla de Paz

Este viaje me ha permitido reconectar con mi maternidad
ABRIL 2, 2023 - Tiempo aprox. de lectura: 3.5 minutos

Desde hace 2 meses vivo cerca del mar, en un departamento donde a través de las ventanas puedo mirar la salida y la puesta del sol. Desde entonces, mis hijos y yo usamos al Tata Tonatiuh como reloj.

Con la puesta del sol nos preparamos para ir a dormir: nos duchamos, comemos la cena, leemos alguna historia y nos relajamos para entrar al país de los sueños. También vivimos rodeados de árboles, hay uno es especial que da justo a las escaleras que llevan al departamento, a simple vista pareciera ser un árbol normal, como cualquier otro. Pero no lo es.

Muy a menudo, cuando subo o bajo las escaleras encuentro hojas marrón claro, en forma de corazón, de diversos tamaños. Siempre que encuentro una, la agarro, miro al árbol, agradezco y llevo la hoja al altar. Tengo muchas; tantas, que hemos empezado a regalarlas a nuestros seres queridos. Hay unas que incluso ya han viajado en avión.

Hablando de viajes, en los últimos años hemos viajado bastante. Hemos visitado lugares mágicos y eso nos ha llevado a conocer seres increíbles. Hemos sido muy afortunados. Pero no todos los viajes se hacen en tren, en coche o en avión. Tampoco todos son de ida y de vuelta.

Hay unos que son sin retorno, que te llevan a casa, al centro de tu corazón. Ahora mismo, me encuentro en un viaje personal.

¿Y es que acaso la vida no es eso, un viaje?

Pues sí, en el camino me he ido desprendiendo de máscaras, he ido soltando equipaje, tratando de hacer la carga más ligera. Me he vaciado de miedos; de tanto coraje. Me aventé a un abismo, incierto, que me mostró las profundidades más oscuras. Me sinceré conmigo y sólo así pude habitar mi cuerpo: cantando, bailando, llorando, riendo… sintiendo. Agradeciendo. Amando. Amándome. Aceptando.

Aceptándome tal y como soy. Estoy llena de valor, y entendí que la valentía puede venir acompañada de humildad, de mucha humildad, mucho perdón. Tantas veces me he desvanecido como cuando se esparce un diente de león al viento; tan frágil. He recogido cada una de mis partes para volver a armarme, más entera, más completa, más fuerte.

Honro todo lo que me ha traído hasta aquí. Soy tan solo una humana más, experimentando este plano terrenal, una madre más, gestando y criando a sus hijos.

Este viaje me ha permitido reconectar con mi maternidad.

Ahora mismo, estoy creciendo en el ámbito profesional, aunque el planeta emocional haya colapsado. Estoy gestando una semilla en mi vientre, que germinó y se convirtió en capullo. Y cuando esté listo, se convertirá en flor para bañarse con la luz del sol.

Estoy abrazando este proceso. De sentir que puedo, sin tener que depender de otro. De ya no mirar afuera, a ver quién tiene la culpa. De hacerme responsable de mis acciones, y sus consecuencias. De sentirme agotada, y sentir que ya no puedo más. De parar, hacer una pausa para poder continuar. Este viaje lo hago a pie. Con pasos firmes y verdaderos.

Al fin, entendí lo que significa caminar en belleza. Camino en paz. Descubriéndome y dejándome sorprender por los tesoros que van apareciendo, así como esas hojitas en forma de corazón, que me recuerdan el amor, y que no hay mucha diferencia entre ese árbol y yo.

Que ese árbol alguna vez fue una semilla. Así como la semilla que llevo en mi vientre.

 
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